domingo, 23 de abril de 2017

De colmillos, cuentos y celebraciones.

A mis diez años me sacaron los colmillos para colocarme paladares que enderezaran mis dientes. Recuerdo la introducción de la aguja llena de anestesia acercarse a mi boca, el piquete introducirse en mi piel suave, recuerdo cómo el dentista tomó uno de mis dientes con sus pinzas, el zangoloteo violento para extraerlo de su lugar e inclusive recuerdo la pequeña succión que escuché cuando por fin el diente fue ultrajado de su espacio y descartado. La operación se repitió una vez más y fueron dos visitas posteriores a esa para todos los arreglos que me permitirían una sonrisa socialmente agradable.
El único incentivo que tenía para asistir era que a un lado del centro de Salubridad había un pequeño puesto de libros y revistas y podía pasar a comprar revistas de cuentos posterior a la visita al dentista. En ese espacio descubrí los que serían mis amigos de por vida; a un príncipe que solicitó el apoyo de un gorrión para que le quitara sus piedras preciosas y se las diera a su pueblo que se moría de hambre; la historia de una doncella a la que le brotaban monedas de oro cuando hablaba, mientras que a su hermana malvada le brotaban ranas, conocí a Gulliver y sus viajes y otras historias que tiempo después formarían parte de mi repertorio narrativo.
Es curioso como han pasado 30 años desde que me sacaron los colmillos y no recuerdo el dolor que me causó el procedimiento pero sí recuerdo las historias. Los libros ayudan a mitigar muchos dolores humanos, y no solo físicos, sino emocionales. Son el perfecto anestésico para soportar la desdicha y la tragedia personal porque más que aturdirte y atolondrarte los sentidos, te lleva a otros cauces no recorridos en tu mente, ampliando tu pensamiento en lugar de opacarlo con un químico.
Ayudan también a ponerle nombre y adjetivos a los dolores para comprenderlos mejor y así negarles su poder sobre nosotros. El dolor de la guerra, de la muerte, de la injusticia en general se lucha con mayor facilidad cuando podemos ponerle una cara que los identifique para evitarlo o para pelear contra él.
Ese es el poder de los libros, nos liberan dotándonos de conocimiento o recuerdos más agradables que los creados en la vida real. Nos hacen más fuertes y resistentes ante las asperezas creadas en nuestra contra.
Hoy, en el día internacional del libro, celebro aquellos cuentos de mi infancia, aquel puesto de libros y revistas que fue mi hospital después del hospital, y aquellos libros que dejaron y dejarán una huella mucho más profunda, agradable y duradera que cualquier dolor y herida recibida y por recibir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una de tus historias de vida; los libros siempre han sido de tus mayores gustos... ¡amas la lectura!

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